viernes, diciembre 01, 2006

La conjura de los necios

Sonreímos complacidos: nos hemos integrado, estamos en el buen camino. Un trabajo y un horario esclavo, un piso y una hipoteca, un coche y unos atascos, una lavadora y su garantía aún por sellar, un televisor y una adicción, un boleto de lotería y un “por_qué_no_me_toca”, un plan de pensiones y una juiciosa previsión, una familia y unos hijos a quienes enviar a la universidad. Bis. Una familia y unos hijos a quienes transmitir este cansino ciclo:” hazte una persona respetable, consigue trabajo, cómprate un piso, funda una familia y -qué ironía- disfruta de la vida”. Somos extraordinariamente parecidos. Parecemos vulgares calcos fruto del caprichoso marketing de cualquier multinacional y maquiavélicamente regulados por algún tipo de poder... ¿Somos tan horrorosamente iguales? ¿Somos realmente así? ¿Nacimos ya así?


Quisiera creer que no. El descubrimiento de un personaje como Ignatius Reilly de “La conjura de los necios” me trae nuevas y renovadas esperanzas en la individualidad, en el pensamiento original, en la reacción imprevisible del género humano. Lo único que lamento que mis elogios no supongan ninguna novedad. Existe unanimidad para el colectivo de críticos o lectores: es indiscutible la aclamación para esta obra literaria del malogrado John Kennedy Toole ( se suicidó sin haber podido publicar su obra, su madre, tiempo después, consiguió que una editorial que no se solía dedicar a este tipo de literatura la publicara).

Ignatius Reilly es un treintañero que vive con (y a expensas de) su madre, cuya personalidad ya merecería un tratado aparte. Ignatius Reilly reniega de su (nuestro) mundo tan tristemente poco estético, y así pretende denunciarlo mediante su prosa, que califica de superlativa. Jamás sabré si llegaba a tomarse en serio a sí mismo, pues abunda en la ironía y el cinismo, pero no seré yo quien me atreva a desmentir sus pretensiones de genio. Su amor propio, fingido o real, es fiel representación de su físico, inmenso y esclavo de su válvula pilórica. Todo ello aderezado del poco (nulo) reconocimiento social del que goza, lo que convierte al resto de personajes que desfilan por su vida en auténticas caricaturas, especialmente si los vemos a través de las ácidas descripciones del propio protagonista.

Ignatius es un individuo al que todo el mundo preferiría evitar, incluso nosotros mismos, pues su ego y desprecio destaca muy por encima de su evidente erudición. Aún así, nadie discute su aguzada visión de las cosas, que hace pensar en una privilegiada fórmula contra la inercia mental, aunque pueda ser fruto de una permanente pereza. En primera instancia rechazamos sus ideas, casi con repugnancia, para de inmediato disfrutarlas por su exagerada desfachatez, y acabamos detectando una extraña coherencia que parece reclamar una lectura mucho más atenta. Quién sabe si, de haber evitado los convencionalismos, no podríamos ser un Ignatius´.

Tal vez en algún momento, cuando incluso nuestro amor más preciado parece no comprendernos y el más accidental de los transeúntes nos mira con mala cara, empezamos a incubar la posibilidad de vivir bajo una mascarada. El camarero entonces nos sirve el café quemado, contiguo a nosotros se sienta un vagabundo que no deja de observarnos con vehemencia. En la incomodidad de tal instante alimentamos la terrible duda de si estamos siendo objeto de una conspiración, de una especie de cruel prueba para evaluar nuestra entereza, nuestros defectos o virtudes. La paranoia parece alcanzar su apogeo hasta que el griterío proveniente de la televisión del bar, o la enervante musiquita de las máquinas tagraperras tiñen la escena con la habitual vulgaridad y recuperamos la compostura. Pero la próxima vez no, la próxima ocasión pienso identificarme con la imagen del insigne Ignatius y convertirlo en mi paladín, en mi modelo de virtuosismo que me ayude a preservar la poca esencia original que pueda tener. Porque cuando todo nos sale al revés, cuando el azar parece volverse en nuestra contra, cuando el mundo parece no estar hecho a nuestra medida, cuando –en definitiva- descubrimos nuestra singularidad, amigos míos ¿Quién nos dice que no somos víctimas de un complot contra nuestra esencia?

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola casi-casi-conductora. Estoy leyendo este libro (me faltan unas cien páginas), ya te contaré porque creo que lo veo de forma diferente a ti. Un saludo.

La bailarina boxeadora dijo...

Ok. Cuando lo termines, escribe aqui tu opinion, si quieres.

Anónimo dijo...

Una genialidad, aunque yo veo a Ignatius como una burla a la modernidad aguada, desfasada, a ese "espíritu de recuperación" de los valores que todo extremista, incluso aquellos extremistas de la moderación (que también los hay) promulgan con tanto ahínco. Ignatius es un hombre moderno que cree en el valor de sistemas de pensamiento demostradamente ineficaces, pero que busca su propia diferenciación personal en ellos. Por supuesto, esto queda mucho más de relieve en su relación de ¿noviazgo? o en sus relaciones ¿laborales?

Una joya moderna.

El Mago:*

La bailarina boxeadora dijo...

Je je je. Me gusta lo de ¿noviazgo? ¿laborales? , Ignatius moderno.... :S

En serio sabes lo que significa: Que cree en el valor de sistemas de pensamiento demostradamente ineficaces

Te lo explico, significa que ya se ha demostrado que esos valores no funcionan, demostrar ese tipo de cosas, lleva un minimo de tiempo (en años), con lo cual, si el cree en ese tipo de sistemas ya obsoletos, ¿que significa? tachan, que el está obsoleto.



Jua jua jua. La verdad es que es una joya. A ver que nos opina Atreyu.

Anónimo dijo...

Amiga mía, permiteme esta familiaridad, me parece genial lo que has escrito, aunque he de reconocer que no estoy del todo de acuerdo con lo que dices.
La realidad es que no somos tan horrorosamente iguales, quizá nos gustaría serlo, pero lo cierto es que somos absolutamente distintos, y esa es la esperanza, nuestra diversidad.
Me ha parecido especialmente acertado cuando, al final de tu post has dicho
"cuando todo nos sale al revés, cuando el azar parece volverse en nuestra contra, cuando el mundo parece no estar hecho a nuestra medida, cuando –en definitiva- descubrimos nuestra singularidad, amigos míos ¿Quién nos dice que no somos víctimas de un complot contra nuestra esencia?"
Probablemente tengas razón, lo que sucede es que el complot lo montamos nosotros mismos, intentando ver las cosas más complejas de lo que són.
En mi humilde opinión, el mundo y la vida son mucho más simples de lo que nos gustaría y por eso nos terminamos complicando.
De todas formas, por tus escritos, deduzco que en tu caso, no eres horrorosamente igual al resto, trasmites una gran originalidad
Un beso y un placer leerte
Darrell Standing

Anónimo dijo...

Por cierto, se me olvidó comentar que "La conjura de los necios" me pareció un gran libro.
Darrell Standing

La bailarina boxeadora dijo...

O_o que no soy horrorosamente igual al resto? como se nota que no me conoces. Creeme, no soy nada fuera de lo normal. Hace tiempo, pensaba que no era común el hecho de tener cientos de libros o de leer cierto tipo de obras, quizás "demasiado espesas". Pero de un tiempo a esta parte me voy dando cuenta de que la gente como yo existe, solo que está oculta en la sociedad, y no suele ir alardeando de leer cierto tipo de libros, ver cierto tipo de películas o escuchar cierto tipo de música.
Y con respecto al final de mi post, he de decir que en ocasiones me pongo especialmente metafisica o paranoica, como prefieras interpretarlo, y cuando una persona tiene tanto tiempo libre como yo, tiene via libre para divagar cn cosas de este tipo y más.

Enchanté Monsieur Darrell Standing

Anónimo dijo...

No creo en la igualdad en absoluto ... pero si en que no llegamos a conocernos porque cada uno de nosotros estamos dentro de nuestro caparazón donde no dejamos de entrar a nadie por temor a las criticas y al no poder contrastar opiniones nos es mas difícil conocernos a nosotros mismos
alguien que me lee se conoce a si mismo???

Anónimo dijo...

Boxi, cuando hablo de Ignatius como hombre moderno, no me refiero (evidentemente) a que su visión del mundo sea moderna, ni lógica siquiera, si no a que Ignatius es un modelo constante de la modernidad desde hace algunas décadas. Me explico con un ejemplo: la moda retro. O sea, me refiero a que Ignatius es el paradigma de hombre moderno que niega la modernidad precisamente por su afán de rebeldía (que muchos confunden con modernidad a su vez), o sea niega la modernidad por su afán de modernidad.

¿Me se entiende ahora :P? XD

El Mago:*

La bailarina boxeadora dijo...

Uffh, es un poco... paradógico ¿no? ya lo he entendido, pero como no se aferra a mi forma de ver la vida o el conjunto de las cosas en si, no lo comparto (con el), con lo cual, resulta cada vez que lo pienso menos lógico.

mujergata dijo...

Tienes un meme en mi blog ^^ no me odies que es facilito ^^

Anónimo dijo...

Yo tampoco lo comparto, pero es una actitud que está, como diría un buen amigo, demodé desde hace mucho. "Todo tiempo pasado fue mejor", dicen algunos, y "lo que fue bueno para mis padres es suficientemente bueno para mí". Solo son expresiones del mismo pensamiento. Y, precisamente, la uniformización de la rebeldía provoca el deseo de lo clásico como nueva modernidad. ¿Paradoja? Cierto, pero el ser humano no entiende, en su conjunto, de lógica.

El Mago:*

Anónimo dijo...

Un saludo bailarina, aquí estoy de nuevo y como te prometí te daré mi pequeña opinión sobre el libro.
La novela es buena. Gracias al magnífico entramado logrado por el escritor hace de esta que su lectura resulte fácil y amena, precisamente es en éste hilvanado trabajo (o eso pienso yo) en donde reside su éxito. Los protagonistas no tienen desperdicio, y reflejan con fidelidad a los muchos tipos de personas que nos rodean en el día a día. Sencilla, rotunda y demoledora…
¡Ay! como me duele Ignatius. Insoportable de principio a fin. Filósofo de pacotilla que esconde sus incapacidades y total aberración hacia el trabajo tras una cortina de verborrea e ideas carentes de cualquier consistencia para ser llevadas a la práctica. No puedo negar que el odioso Ignatius colma mi paciencia; aprovechado, autoritario sin escrúpulos, cobarde, carente del sentido del honor, sin capacidad para la autocrítica, etc. Su pensamiento no es nada original, a lo largo de la existencia humana uno se puede encontrar a muchos tipos como él…
Bueno, no sigo porque creo que queda claro que se me atragantó el insigne personaje, jajajaja.
Ya para despedirme, decir que el libro merece la pena ser leído, nos muestra ciertas caras de la vida, que no son agradables, de una forma irónica, muy amena e inolvidable.

PD Se te echa de menos por el Cajón, un saludo