lunes, noviembre 27, 2006

Luther Arkwright

Y este es el otro articulo, he de decir que no tiene absolutamente ningun mérito, pues practicamente he ido recopilando información (sobre todo en cuanto al penúltimo párrafo).


¿Puede acabar apasionándote una obra que empezó horrorizándote? A la vista de mi experiencia con el Luther Arkwright de Bryan Talbot, la respuesta debe ser un rotundo sí. Aunque no por ello es menos cierto que me exigió realizar un ingente esfuerzo de autodisciplina y concentración para alcanzar a terminarla, pues fueron constantes las tentaciones de tirar la toalla a lo largo de su lectura. Y es que lo primero con que se encuentra el lector despistado, una vez que se aventura entre sus páginas, no es otra cosa que una muy explosiva -y no menos indigesta- combinación de textos y dibujos, a cada cual más abigarrado y tortuoso, que le meten de lleno y sin guía ni aviso alguno, en una complejísima realidad alternativa de mundos paralelos, que incluye incluso jerga científica, política y mística propia, lo que no puede menos que dejarle perdido y a la deriva. No obstante, si es capaz de recuperarse de este primer shock, estará en condiciones de disfrutar de un experimento narrativo apasionante que bien le compensará por el esfuerzo realizado. Y es que Luther Arkwright es un vivero de pruebas en toda regla en el que tiene cabida la más amplia y heterogénea gama de recursos narrativos, que sin embargo Talbot acierta a conjugar con la maestría y la coherencia indispensables para que queden al servicio de la historia. Una historia que se reivindica por si misma, cargada de niveles de lectura y que llama a la reflexión.

Luther Arkwright es un agente al servicio de W.O.T.A.N. –la O.T.A.N. interparalelos- con la capacidad única –que no con la única capacidad- de saltar a voluntad propia entre las diversas realidades alternativas y que tiene por misión acabar con los disruptores, una especie de grupo terrorista que se encargan de crear el caos y la destrucción en los mundos paralelos –vamos, como los EE.UU. de Bush en nuestra realidad. A partir de este esquema argumentativo, Talbot juega con los acontecimientos de nuestra Historia oficial para ir componiendo un fresco político sorprendente donde se entremezclan los diversos imperios que en la humanidad han sido –y alguno que nunca fue- en una oscura lucha por la hegemonía mundial. Una lucha trufada de injusticias y barbaridades, como siempre.

De todas formas lo más atractivo sigue siendo la narración gráfica, una forma de narrar que habría de ejercer una influencia decisiva en todos esos autores británicos que después darían el salto a EE.UU. y consolidarían la línea Vértigo. Es especialmente sorprendente constatar la cantidad de ideas y recursos que Moore tomó de esta obra, que llegan incluso a ciertos parecidos más que sospechosos. Así, a las típicas páginas reticuladas de 4x3 viñetas (3x3 en el caso de Moore, pero es lo mismo) hay que mencionar escenas como esa en la que Luther se pasea desnudo mirando las estrellas, una vez que ya se ha convertido prácticamente en un dios, que recuerda poderosamente al Dr. Manhattan en la base militar, o el personaje de Fairfax, claro antecedente de Constantine o ese parto desvergonzado de la reina Anne que Moore homenajeará en Miracleman. Por no decir nada, por excesivamente obvio, de esa Gran Bretaña fascista que comparte con V de Vendetta.

Resumiendo, que mucho y bueno había oído –leído en verdad- hablar de este comic, habitualmente considerado como un clásico imprescindible. Lo cual, la verdad sea dicha, viniendo del mundo del noveno arte tampoco es decir demasiado, habida cuenta de la frecuencia y generosidad con la que se regala dicho calificativo. Pues bien, lo mejor que puedo decir de ella es que en este caso cabe afirmar que no hay tal regalo; Las aventuras de Luther Arkwright lo merece con plena justicia.




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